domingo, 27 de octubre de 2013

Memorias de un ratón de biblioteca

La primera vez que entré en una biblioteca, fue de la mano de mis padres. La biblio estaba  cinco o seis portales más allá del nuestro. Entre medias, una librería. Cosas del destino.

Mi padre nos llevó a la biblio de barrio, buscando sus lecturas obligatorias de literatura para poder sacarse el graduado escolar. Yo tendría unos 8 años, quizá menos.

La biblio estaba en los bajos de un edificio de viviendas, en un local comercial. Las puertas de aluminio, y dentro mesas para hacer los deberes, los trabajos en grupo del cole, y leer, leer todos aquellos estantes repletos. Casi toda la biblio estaba destinada a los niños, la parte de mayores era bastante más pequeña, separada mediante cristales del bullicio que montábamos pese a los esfuerzos de Encarna, la bibliotecaria.

Y ahí pasé casi todas las tardes  a partir de ese día. Tenía que pasar por delante de la biblio al salir del cole, para volver a casa. Así que entraba y me cogía  los dos libros que me podía llevar. Rellenar esas fichas de papel autocopiante (amarilla, rosa, blanca). Encarna la cogía con un clip en el carnet de socio, y las metía en las cajitas-archivo. Muchas días me quedaba allí, leyendo. Porque Encarna me explicó que no podía devolver los libros el mismo día y llevarme más. Y nos siempre tenía suficiente con dos, claro.

En la biblio, además de leer, se montó una asociación de amigos de la biblioteca. Recuerdo que fuimos a ver un avión a Barajas, nos montamos…fue toda una aventura. Otras veces hacíamos festivales de Navidad, con títeres tras unas sábana colgada en medio de la biblio. Y con suerte, encarna te podía dejar algun día hacer de bibliotecaria. Eso era lo más emocionante. Recuerdo esa sensación de responsabilidad y orgullo. ¡Ser la bibliotecaria por un rato!! Uf!!

Recuerdo los portazos de los gamberros del barrio, intentando llamar la atención. La sensación de inmensidad al ver la enciclopedia de la zona de adultos…

Allí conocí los tebeos de Tintín, los de Asterix, Mortadelo, el libro de la oruga glotona, que recuerdo me leí aunque era de pequeñines, el libro del coche salvaje…Todos los de barco de vapor, de gran angular después…, los gemelos, los Hollister, los tres investigadores…

La librería también tuvo algo de culpa, claro. No era una librería cualquiera. Era la de Apuleyo Soto. Ahora he sabido que recibió el Premio Nacional al año de abrirla. Era una librería típica de viejo, aunque era de libros nuevos. Porque estaba hasta arriba de libros, por todas partes, en un orden que sólo él podía conocer. Montañas de libros estorbando el paso. Entrabas a comprar los libros del cole, y te recomendaba cualquier otra cosa…este, este es muy bueno, y también este otro… recuerdo que recomendaba clásicos Platero, Lope de Vega… aunque mis recuerdos suelen estar distorsionados por el tiempo…

Aquella biblioteca cerró, cuando se puso de moda centralizar todo y hacer megachupiblibliotecas  fashion.  En realidad, cerraron todas las biblios de barrio, Ahora hay eso, chachi bibliotecas, pero no están en todos los barrios.  Así que imagino que ahora no todos los niños tienen la suerte que tuve yo. La librería cerró aún antes. Ahora, en ese barrio en el que ya no estoy, los libros quizá estén en el colegio, con suerte en las casas. Pero no en la calle. 

lunes, 21 de octubre de 2013